martes, julio 10, 2007

Archivos secretos del Instituto Nacional

REPORTAJE. Los sorprendentes tesoros que ocultan sus anaqueles:
http://diario.elmercurio.com/2007/07/08/artes_y_letras/artes_y_letras/noticias/C43C6315-2F59-4B6B-A857-1736CC79D040.htm?id={C43C6315-2F59-4B6B-A857-1736CC79D040}
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Registros de clases y matrícula de 17 presidentes de la República, manuscritos de padres de la patria, incunables, primeras ediciones y valiosos testimonios de nuestra historia forman parte del patrimonio de la que fuera una de las más grandes bibliotecas de América Latina.

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CARMEN CECILIA DÍAZ

Con alrededor de 100 mil volúmenes, la mayoría donados por ex alumnos, la Biblioteca del Instituto Nacional vivió su época de gloria a fines del siglo XIX, durante el rectorado de Diego Barros Arana. Hoy, apenas 26.042 libros forman la llamada "biblioteca escolar" del Instituto y alrededor de 20 mil, la mayoría sin clasificar, constituyen su valioso archivo histórico. Manuscritos de padres de la patria, cartas, decenas de enciclopedias y colecciones de obras de los siglos XVI, XVII, XVIII y XIX forman el patrimonio de la que llegó a ser una de las grandes bibliotecas hispanoamericanas.

A ello se suman decenas de primeras ediciones, entre las que destacan obras de Claudio Gay, libros autografiados por Pablo de Rokha y Pablo Neruda, una carta enviada por Gabriela Mistral desde California y dos poemas inéditos de Eusebio Lillo. Por si fuera poco, el archivo histórico guarda el registro de clases y matrícula de 17 presidentes de la República, más datos de cientos de políticos e intelectuales que se amontonan en el segundo piso del actual edificio que reemplazó a la construcción del siglo XIX en 1963.

Tanta riqueza patrimonial merecería un resguardo cuidadoso, pero la precariedad económica del Instituto Nacional y la falta de un proyecto de conservación adecuado conspiran contra el antiguo esplendor de la biblioteca.

Conscientes de la urgencia, un grupo de alumnos de tercero y cuarto medio, encabezados por Mario Jerez Caro, dedican sus horas libres a limpiar y ordenar libros por colecciones para "facilitar una clasificación que permita saber de qué tratan los textos olvidados". De éstos, la lista es larga y la cantidad de pequeños detalles históricos, más que sorprendente.

Cuadro de honor

La primera generación de alumnos estuvo encabezada por dos connotados personajes de la historia de Chile: José Joaquín Pérez, entonces de 12 años de edad que provenía de la Academia de San Luis, y Diego Portales Palazuelos. De este último se anota en su matrícula que era natural de Santiago e hijo legítimo del "superintendente de la Casa de Moneda, don José Santiago Portales, y de doña María Palazuelos; entró al Instituto el 30 de agosto de 1813 a estudiar derecho natural y de gentes; es de 19 años y ocupa la beca dotada de la familia de los señores Lecaros, por presentación que hizo de su persona el señor marqués de Casa Larraín, según consta a fojas 121 del libro de asientos del antiguo convictorio de San Carlos".

El paso de los años hizo más escueto el registro de matrícula de otro niño de 10 años que llegaría a La Moneda en 1970 y se llamaba Salvador Allende Gossens. Con fecha 13 de mayo de 1919, queda constancia que la madre del hasta entonces alumno del liceo de Iquique "ya presentó certificado de preparatoria". Hijo del abogado Salvador Allende y de Laura Gossens, el nuevo alumno vivía en Huérfanos 2423, estaba inscrito como "medio pupilo" y, tal como lo registra el mismo documento, "tenía buena conducta".

Casi un siglo antes, otro niño que también llegaría a ser Presidente de la República era matriculado el 17 de septiembre de 1821. El registro deja leer el nombre de Manuel Montt Torres; tenía 11 años, y ya desde sus primeros días de estudiante el rector Juan Francisco Meneses destacaba "el buen juicio del alumno y su aplicación distinguida".

Más cerca de nuestros días, el registro antropométrico de Ricardo Lagos Escobar reseña que al matricularse el 20 de noviembre de 1949, el ex Presidente medía 1.42 m y que tres años más tarde, como alumno de Cuarto F de Humanidades, ya alcanzaba "una envergadura de 1.67 m". Sin destacar en las notas de las distintas asignaturas, sus "calificaciones complementarias" son decidoras: "6 en actitud social, 6 en aseo y 6 en orden".

Secretos de juventud

Pero la lista de alumnos-presidentes suma nombres como Manuel Bulnes, Federico Errázuriz, Domingo Santa María, José Manuel Balmaceda, Federico Errázuriz Echaurren, Germán Riesco, Pedro Montt Montt, Ramón Barros Luco, Juan Luis Sanfuentes, Emiliano Figueroa, Pedro Aguirre Cerda y Jorge Alessandri Rodríguez, además del ex profesor de educación cívica Patricio Aylwin Azócar. En 1993, con motivo de los 180 años del Instituto, Aylwin recordó emocionado "el trabajo en sus aulas, la satisfacción y los malos ratos que me dieron mis alumnos, entre los que tengo la honra de tener a muchos de mis actuales colaboradores; mis dos ministros de Educación fueron alumnos míos en el Instituto Nacional, Ricardo Lagos y Jorge Arrate".

La imagen de importantes pensadores del siglo XIX como Francisco Bilbao, José Victorino Lastarria, Valentín Letelier, José Joaquín Aguirre y José Toribio Medina, o héroes patrios como Arturo Prat e Ignacio Carrera Pinto, se humanizan en los archivos de la biblioteca. De profesores y rectores como Manuel Montt, Antonio Varas, Barros Arana, Andrés Bello, Rodolfo Philippi e Ignacio Domeyko, además de sus obras, se guarda más de un secreto de juventud.

Éstos son materiales de "gran valor patrimonial", asegura el investigador de Memoria Chilena Juan Ignacio Pérez Eyzaguirre. Esto "no sólo por la información que libros de clases y otros documentos puedan entregar sobre la vida de célebres personajes de la historia, sino porque permiten reconstruir las prácticas educativas y los mecanismos de generación de las élites decimonónicas".

Para la historia

Hace tres años que los libros más antiguos fueron dispuestos en anaqueles comprados especialmente por el Programa de Patrimonio Educacional del Ministerio de Educación. Pero las estanterías no dan abasto para todos los volúmenes. Y precisamente los que tienen información de alumnos y profesores del Instituto no tienen ningún orden.

Algunos son de tapa dura, otros de lomo de género, y muchos se han ajado por los numerosos cambios de ubicación. Pero en todos la caligrafía es impecable, como para la historia.

Al respecto, la vicepresidenta ejecutiva de la Corporación Patrimonio Cultural de Chile, Cecilia García-Huidobro, subraya que "todo lo que contribuya a contextualizar y acercarse a personajes de la historia de Chile es muy valioso". Por ello, dice, pese a la precariedad del recinto, "el material del Instituto debiera quedar dentro del recinto, buscando alianzas tecnológicas e institucionales para mantenerlo vivo. Es positivo que cada institución mantenga su memoria y sus documentos asociados".

Antiguo esplendor

La biblioteca nació con el Instituto en 1813, como un modesto "gabinete de lectura" y un registro de 383 volúmenes. Su primer director, Ventura Marín, asumió en 1819. Ilustres personajes como Manuel de Salas, Juan Egaña y José Antonio Rojas donaron valiosos libros, tal como lo hicieran otros muchos ex alumnos a lo largo de su historia. Entre las principales compras figuran 4.600 volúmenes de la "Biblioteca Beeche", propiedad del erudito y cónsul argentino Gregorio Beeche. Así consta en el "Catálogo completo y razonado de la biblioteca americana coleccionada por el Sr. Gregorio Beeche" que escribió Vicuña Mackenna, en 1870. Beeche habría partido con 50 ó 100 cajas de libros "que habían venido a consignación desde la península y se encontraban pudriéndose como trigo agorgojado en una bodega. La compra se hizo a granel, como las papas o los repollos, a tanto por caja carretonada y por un precio que equivaldría a más o menos al del papel de envolver..."

Pese a lo plebeyo del origen, la "Biblioteca Beeche" llegó a albergar grandes tesoros bibliográficos, entre los que destacan seis incunables (primeros libros impresos desde la invención de la imprenta hasta principios del siglo XVI). De ellos, sólo dos ("Flos Theologie de quest evangel daventr", de 1484, de Juan Torquemada, y el libro anónimo "In nomi domi nostro Jesus Cristus", de 1481) se conservan en el Instituto, cuidados con gran celo por la bibliotecaria jefe Carmen Orphanoupulus.

La serie de despojos vividos por el "primer liceo de Chile" se inició cuando los 6.570 volúmenes de la biblioteca de Pedro Montt -donados por su viuda Sara del Campo en 1912- fueron llevados a la Universidad de Chile. Le siguió la orden de demolición para "construir una piscina", dada por el ministro de Educación de Carlos Ibáñez, Pablo Ramírez. Ernesto Boero Lillo, bibliotecario jefe por 40 años, hace ver que de ello "no hay constancia escrita, ni en decreto, ni oficio alguno. Ni siquiera artículos de prensa, la que estaba totalmente subordinada al régimen dictatorial". Agrega:

"De los 100 mil volúmenes que poseía la biblioteca, muchos de incalculable valor bibliográfico, sólo 15 mil logró conservar el plantel, que con tanto sacrificio había atesorado con economías de sus propios peculios y generosas donaciones de rectores y educadores, como Manuel Montt, Diego Barros Arana, Manuel Amunátegui, los hermanos Gregorio, Víctor y Miguel Luis Amunátegui, Gabriel René Moreno (célebre polígrafo boliviano) y Luis Barros Borgoño".

Tras la intervención, cientos de libros y muebles se repartieron por diversas bibliotecas y colegios de Santiago; otros se perdieron, porque "la demolición se dio antes de proceder a una bien ordenada e inventariada distribución de sus bienes".

Lo ocurrido en la década del 20 es irreparable, y es poco lo que hoy se puede hacer al respecto, señala Pérez Eyzaguirre: "Allí se perdió la mayor parte de las colecciones antiguas de la biblioteca y comenzó un deterioro que continúa hasta nuestros días". Revertirlo, agrega, tomará tiempo y recursos. "Se requiere voluntad política por parte de las autoridades y acceso a fondos que permitan la puesta en valor de esta biblioteca; de lo contrario, el deterioro continuará, y se podrían perder colecciones de gran valor patrimonial".

El propio rector, Omar Letelier, reconoce que "la biblioteca, pese a su importancia histórica, siempre ha sido el pariente pobre del Instituto". La falta de recursos "nos hace optar entre poner ampolletas en las salas o hacer algo por la biblioteca". Pese a ello, dice, "los alumnos descubrieron que allí está escondida el alma del colegio".

Y también sus "fantasmas", dice sonriendo Mario Jerez, porque, en soledad, "más de alguien ha oído libros que se hojean...".

Mirando al futuro, es claro que esta biblioteca requiere de decisiones importantes: partir por el registro de documentos, para luego planificar proyectos de restauración, conservación y puesta en valor de las colecciones parece cosa urgente. De no hacerlo, el "alma del Instituto" corre peligro. Y, con ella, parte importante de la historia de Chile.

Alejandro Zambra, escritor, egresado en 1993

"Las enormes estanterías que -a fines de los ochenta- presidían la Biblioteca del Instituto Nacional estaban copadas por los innumerables tomos de la "Revue de deux mondes". En ese tiempo mis conocimientos de francés sólo daban para comprender el nombre de la revista. Aún así recuerdo haber hojeado algunos tomos, buscando no sé muy bien qué. Recuerdo, también, sus asientos incómodos y bellos, y la impresión de "entrar", dos o tres veces, al Fondo Bibliográfico, que era deslumbrante; dos o tres veces, digo, cuando los profesores de castellano organizaron "excursiones" a la biblioteca: fueron las únicas oportunidades en que pude atisbar el de seguro enorme valor patrimonial de esos fondos. En segundo medio reclamamos la posibilidad de "abrir" la biblioteca, con poco éxito. No sé cómo será ahora, pero entonces era difícil acercarse a esos libros resguardados con esmero de las garras de sus posibles lectores. Los libros permanecían lejos, archivados; era difícil curiosear en libertad,que era lo que entonces queríamos; yo prefería, casi siempre, perder la mesada en San Diego o en las increíbles liquidaciones de la "Librería Chilena". Más tarde, casi en cuarto medio, solían prestarnos la biblioteca para realizar lecturas de poesía o reuniones de taller. Era muy agradable conversar allí, custodiados por la incomprensible "Revue de deux mondes"; desde las siete a las nueve de la noche fumábamos como locos, con el pelo ya sin gel y el uniforme medio camuflado a punta de polerones y zapatos-zapatilla. Después nos íbamos al Indianápolis, pero esa es otra historia".

José Miguel Varas, Premio Nacional de Literatura 2006

"La biblioteca del Instituto Nacional fue una época de mi vida. Leí muchísimo en esa biblioteca; el sistema de medio pupilaje me daba cierto tiempo para el estudio en la sala o la biblioteca, que era una prolongación natural de mi casa.

En el colegio tuve el estímulo del antiguo bibliotecario Ernesto Boero Lillo. Conversábamos de diferentes cosas y compartíamos cierto gusto literario: Víctor Hugo, Dickens, Anatole France... Fundador de la Academia de Letras, que sesionaba los días miércoles después de clases, Boero creaba mucha vida alrededor de los libros. Por su influencia publiqué varios textos breves, que bauticé "Goteras" entre 1943 y 1944. Hoy, lo que pasa con la biblioteca del Instituto, pasa en Chile con una serie de otros materiales que se van perdiendo por la desidia y falta de conciencia de su valor histórico y por la falta de medios".

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